Se ha equivocado por apenas dos meses. El mismo día en que Amadeo Salvo accedió a la presidencia, Braulio se sabía destituido de facto. Sólo quedaba fijar la fecha de la ejecución. Él habría apostado por la primera semana de septiembre, con la clausura del periodo de fichajes, una vez culminado todo el trabajo sucio. Cerraba los ojos y se veía "amortizado" del mismo modo maquiavélico en que lo fue Fernando Gómez tres veranos antes, la ya lejana fecha en que él promocionó con un cargo innombrable para justificar su sueldo, poco ajustado al de un director deportivo de élite. Pero Salvo cuidó más las formas que el antecesor y regaló al gallego dos meses de cortesía.
Sí habría hecho pleno Braulio a la hora de apostar por el heredero. Tampoco era muy complicado. El discurso de Rufete no cuadraba, ni en el fondo ni en las formas, con el de un simple coordinador de cantera. El todavía director deportivo sabía por tanto que su futuro iba a depender del tiempo que tardara el exjugador en sentirse apto para el relevo.
La carrerilla de Rufete era uno de los fantasmas de Braulio, pero no el único. Como expuso en su discurso de presentación antes de que la prudencia le obligara a suavizar el tono, Salvo no entendía muchos de los fichajes del gallego. Cuarenta millones en el banquillo, lamentó sin tapujos. A ello se unía su condición de vestigio del llorentismo, régimen al que el técnico sirvió de forma leal, hasta el punto de hacer propia la caprichosa apuesta por Pellegrino. Braulio era sinónimo de Llorente como Fernando lo fue de Soriano. Y ahí la ley del fútbol nunca perdona. Por eso ahora los tanques apuntan hacia Inmaculada Ibáñez, otro rastro del pasado.
Salvo ha sido coherente. Si siente que el cáncer del Valencia crece en un vestuario acomodado y egocéntrico, nada hay tan lógico como relevar al hombre que lo configuró, y más si jamás creyó en él. Mejor hacerlo ahora, con tiempo para regenerar la plantilla y poner nota a Djukic. Sólo un pero. Con sus errores, Braulio merecía salida más decorosa que un frío comunicado de cinco líneas dictado desde el otro extremo del planeta el día en que Jorge Mendes se estrena como director deportivo en funciones.